Agencias

Los indigentes de Estados Unidos, que se han quedado fuera de las lista de vacunación prioritaria contra el coronavirus o quedaron a un lado mientras los estados se centraban en inmunizar a grupos de más edad, están recibiendo por fin las inyecciones a medida que aumenta la disponibilidad de los fármacos.

Aunque el gobierno no tiene datos completos sobre la tasa de infección entre las personas sin hogar, está claro que las condiciones insalubres en los abarrotados albergues y su mala salud previa incrementan el riesgo de contraer COVID-19, de sufrir complicaciones y fallecer.

Se han documentado brotes de COVID-19 en albergues para desamparados en ciudades como Boston, San Francisco y Seattle. La vacunación en zonas vulnerables será clave para conseguir la inmunidad de grupo, el objetivo de construir una barrera de gente inmunizada para frenar la propagación descontrolada del virus.

“Para mí era importante protegerme yo y proteger la salud y el bienestar de los demás», dijo Cidney Oliver, de 39 años, quien recibió la primera dosis de la vacuna desarrollada por Moderna el 7 de abril en el refugio de la YWCA de Seattle donde duerme.

Wanona Thibodeaux-Lee, de 43, ha vivido en varios centros de la ciudad mientras trata de recomponer su vida, recientemente en WHEEL, un albergue para mujeres de 26 camas instalado en el sótano de una iglesia. El 5 de abril le inyectaron la vacuna unidosis de Johnson & Johnson.

“Siento que puedo moverme por ahí sin que nadie me contagie», afirmó. “Es bueno saber que no tengo que regresar para otra (inyección)”.

Muchas de las clínicas que atienden a desamparados, y los propios indigentes, prefieren la vacuna unidosis, explicó Bobby Watts, director general del National Health Care for the Homeless Council.

El gobierno estadounidense recomendó el martes una “pausa” en el uso de la vacuna de Johnson & Johnson para investigar los reportes de trombos inusuales pero potencialmente peligrosos. Esto supone un revés temporal en la campaña para vacunar a los sintecho que obliga a los organizadores a cambiar a otro fármaco esta semana o a retrasar las citas.

Watts está preocupado porque esa pausa pueda causar más dudas acerca de las vacunas.

“Asumiendo que, en última instancia, se descubra que son seguras y eficaces, será más difícil convencer a la gente, especialmente a indigentes, de que es segura», afirmó.

Seattle, que tiene la tercera mayor población de desamparados del país, ha visto como al menos 1.400 de ellos daban positivo al coronavirus y 22 fallecían desde el inicio de la pandemia. Más de 100 albergues y otros lugares que ofrecen servicios a las personas sin hogar han sufrido brotes. El Departamento de Salud de la ciudad empleará la vacuna de Moderna en las acciones que tenía previstas con el colectivo.

Las personas sin hogar tienen un mayor riesgo de contagiarse, de hospitalización y de muerte que la persona promedio, afirmó Watts. La menor esperanza de vida — las indigencia crónica puede acortarla en 20 o 30 años — deberían haberles dado prioridad para inmunizarse mucho antes, agregó.

Sin embargo, la presión política para vacunar a adultos mayores los relegó al final de la fila. Según Watts, las clínicas que los atienden “fueron puestas en la irracional posición de decir: ‘Sabemos que corren un alto riesgo, pero solo podemos vacunar a unos pocos de ustedes que tienen más de 70 años ’”.

Ahora, esto está cambiando. Con la elegibilidad ampliándose, quienes ofrecen servicios a los sintecho se están movilizando para vacunarlos en albergues y campamentos.

Antes incluso de la pandemia, la indigencia había crecido en Estados Unidos, especialmente fuera del sistema de albergues: entre la gente que vive en veredas, debajo de puentes y en edificios abandonados.

La recesión económica desatada por el coronavirus sacó a muchos de sus hogares a pesar de la moratoria en los desahucios. Las ciudades cerraron los atestados albergues para evitar contagios y ofrecieron a sus inquilinos habitaciones en moteles. Algunos las rechazaron porque no querían mudarse a barrios que no conocían y se quedaron en la calle.

No está claro cuánto ha empeorado esta situación con la pandemia. Muchas ciudades que decretaron confinamientos cancelaron su conteo anual de sintecho este año.

En enero de 2020, un recuento efectuado en una noche mostró que en todo el país había 580.000 personas sin hogar. Según los activistas, habría que multiplicar esa cifra por tres para obtener el dato real de estadounidenses que viven en albergues o en las calles.

En Seattle se necesitarán al menos dos meses para llevar la vacuna a un estimado de 575 viviendas, refugios y servicios, 85 campamentos no autorizados y nueve centros de atención a menores.

Para Oliver, la pandemia era la menor de sus preocupaciones cuando el mes pasado llegó a Seattle sin familia, amigos ni trabajo.

“Abusos, desempleo, perderlo todo (…) Mi vida no ha sido fácil. Viví cosas antes del COVID que me prepararon para lidiar con esta pandemia», afirmó Oliver.

Por el momento, mudarse a Seattle ha sido una buena decisión, señaló. Ha encontrado trabajo y se está informando de las opciones de alojamiento para el personal de Angeline’s, el centro de YWCA donde mantiene su litera superior perfectamente arreglada.

Resume su filosofía diciendo: “Te levantas y sigues viva. Respiras, tienes dos piernas, tienes dos pies. Sé agradecida».