Agencias

NBA Un año después de su trágica desaparición el mito del baloncesto es un icono global El 13 de abril de 2016, Kobe Bryant jugó su último partido en la NBA. Tenía 37 años, se retiraba y metió 60 puntos, un dios en el ocaso.

El 26 de enero de 2020 falleció junto a su hija Gianna en un trágico accidente de helicóptero. Habían pasado casi cuatro años desde aquel emocional partido del Staples Center que ponía fin a 20 años de carrera con los Lakers.

¿Qué había hecho en ese periodo de tiempo? Conquistada la excelencia en el básket, se afanó por trascender más allá de las canastas con una actividad febril, pero discreta. Lo más notorio fue en 2018 ganar un Óscar por un documental,

‘Dear Basketball’.

Había ejercido de embajador para FIBA en el Mundial 2019 de China y aprovechó la jubilación para entregarse a la familia que había formado con Vanessa, su pareja de toda la vida, después de dos décadas extenuantes, con toda su energía canalizada en una obsesión enfermiza: emular a Jordan y ser el mejor.

Kobe tuvo que morirse para reivindicar que seguía en plena forma, que estaba jugando partidos en los que metía 81 puntos. Se cumplen ahora 15 años del único partido de su vida que vio su abuela, aquella gesta.

De pronto, afloró una obra ingente lejos de las canchas. Se fue para estar más presente que nunca, ya sea en múltiples homenajes (que no recibió en vida), como referente para los deportistas, activista en favor del deporte femenino o liderando diversas actividades que hablan de un personaje polifacético con mentalidad empresarial.

Y determinación para ayudar a fabricar el éxito con el minucioso empeño con el que desarrolló su carrera: vigilaba todo, hasta el menú de sus compañeros, las horas de sueño, el juego en sí, las estadísticas, los rivales, el clima, el tráfico, los periodistas, las rachas, los récords al alcance.